22/05/07
Desde el que el primer inicio de los siglos, el hombre se ha preguntado que hay dentro de una empanada.
El asunto era manejable cuando los gallegos hacían sus empanadas de pescado, pero cuando los sudamericanos adoptaron la idea y cada uno las rellenó con lo que quiso, morder una empanada se transformó en una lotería.
Seguramente el próximo Premio Nóbel de Química o Física será otorgado al que invente un modo eficaz de identificar el relleno de las empanadas.
Hacer distintos repulgues (el borde de la empanada, que une las dos capas de masa que la forman) es complicado de hacer y de interpretar. Ponerles un sello con iniciales del relleno es molesto, ya que se necesita acompañarlas de un código, y ya bastante aburridos estamos de buscar la lista de claves para sitios de Internet, como para buscar códigos para comer empanadas.
Los audaces han propuesto hacerlas trasparentes, pero hay un problema culinario y aún así, nadie sabría diferenciar las picantes de las dulces.
Una propuesta razonable y femenina fué hacerles una pequeña chimenea abierta, para poder observar el interior con facilidad. Pero el relleno se enfriaría más rápido, y habría que inventar un molde que contemple este artilugio.
Las empanadas de colores son aún un desafío abierto a los empanaderos emprendedores y audaces.
Enseñarles a hablar a las empanadas? Se podría incluir un chip, con interruptor, parlante y batería, pero sería costoso e indigesto.
Por último, una solución sería que el relleno esté por fuera y la masa por dentro. Sólo que hay objeciones semánticas, lógicas y culinarias.
Silvio Rodríguez decía ‘Sueño con serpientes’, yo estoy a dieta y sueño con empanadas.