13/10/05
Todos los medios, y más los dedicados a los emprendedores y los negocios, están llenos de historias de éxito. Cuando alguien triunfa en algo, los medios se ocupan de hacernos conocer montones de detalles intrascendentes sobre el personaje, y lo habilitan además para ejercer cualquier otra función: periodismo, locución, actuación, política, etc.
Por otra parte, a nadie le gusta ventilar sus fracasos. Sin embargo, los fracasos ilustran tanto o más que los éxitos. Es por eso que dedicamos este espacio a recoger historias de fracasos, con carácter anecdótico, o enseñanzas para los que no quieren reincidir en un error de otro. La condición es que estén abiertas a la crítica, tanto propia como ajena.
¿Se pueden fabricar zapatillas con resortes en la suela, para desarrollar altas velocidades con mínimo gasto de energía? En 1984 quise responder a esta pregunta, iniciando mi primer emprendimiento tecnológico. Y si bien no fue exitoso, me resulta ilustrativo analizarlo ahora, desde la óptica de la ciencia de los emprendimientos.
La carrera humana tiene dos componentes: uno hacia adelante, que nos hace avanzar, y otro hacia arriba, que nos eleva unos cuantos centímetros del suelo con cada paso.
La energía consumida en elevarnos se desperdicia; al aterrizar nuestro pie en el suelo se traduce en deformación de la suela y finalmente en calor. Al andar en bicicleta, por ejemplo, no existe movimiento hacia arriba.
¿Están mal diseñados los canguros?
El canguro es un ejemplo único de animal que utiliza el rebote para avanzar. Lo hace con gran eficiencia, ya que puede moverse a gran velocidad con bajo gasto energético. El pie y pierna del canguro tienen propiedades elásticas únicas entre los mamíferos.
La pregunta que me hice es: ¿Porqué los canguros no saltan con los pies separados, en vez de juntos? Seguramente podrían ir más rápido y controlar mejor su marcha. La respuesta es que probablemente las cualidades elásticas necesarias para el salto veloz se consigan con la elasticidad de ambas piernas juntas, y no con una.
Recientemente (2006) vi un invento que logra lo que yo intenté hacer originalmente: http://www.streetgadgets.co.uk/product/72/421/Poweriser-Fly-Jumper-7090-(adult-large)
Este producto permite saltos tan altos como los realizados en un trampolín elástico, con un resorte en cada pie. El ‘Poweriser’ recuerda al tendón de Aquiles del canguro, pero en lugar de tejido biológico está hecho de fibra de carbono. Pero no está pensado para corredores sino para saltadores. Al ver el video en el link mencionado se entenderá la diferencia.
En la industria, los mejores resortes son los de metal. No existe ningún material biológico que tenga cualidades parecidas, por lo cual pensé que unos resortes en los pies podrían ayudarnos a saltar de un modo parecido al de los canguros, pero mejor.
El otro elemento que existía como antecedente era el “palo saltarín” (palo con resorte en la punta, dos soportes para los pies y dos manijas). Este juguete copia el modo de saltar del canguro, pero quita libertad de mover las piernas por separado.
Los trampolines de lona en los que se puede saltar y rebotar a gran altura brindan una sensación inigualable. Lo mismo que balancearse en una rama de árbol. El objetivo de mi invento era reproducir esa sensación de rebote al correr.
Mi esfuerzo inicial se orientó a la construcción de un prototipo. Ahora bien, si el prototipo funcionaba el problema estaba resuelto, porque podría venderse fácilmente. Pero si no funcionaba, tenía que prepararme a pasar papelones.
Una alternativa que me podría ayudar a vender el proyecto era desarrollar un modelo matemático. Con él, cualquiera podría ver la factibilidad del proyecto y poner dinero en llevarlo a la realidad.
Mi plan de trabajo inicial incluía:
– búsqueda de información en bases de datos para ver si existían desarrollos similares o patentes. – compra de una computadora y desarrollo de programas de simulación y diseño – encargo de resortes a medida, construcción y prueba de los prototipos.
Dado que ninguna de las tres tareas era muy costosa, me aboqué a realizarlas. La búsqueda de información me dio como resultado una patente de un aparato que cumplía la función que yo buscaba. Sin embargo, aún no estaba presente en el mercado, por lo cual pensé que el diseño no estaba muy logrado. Y como había muchas variantes posible, decidí seguir adelante con mi propio desarrollo. El factor decisivo para las zapatillas era la velocidad que se podía alcanzar usándolas, y necesitaba averiguarlo.
Con mi primer computadora, una Sinclair de 2 kb (escribo esto en una Pentium III de 256 mb) conectada a una TV blanco y negro, desarrollé dos programas: uno, un estudio cinético de la carrera humana, con los componentes horizontal y vertical. Otro, un programa de diseño de resortes en base a sus características físicas: longitud, ancho, número de espiras, y elasticidad del material.
Programar con tan pocos recursos era muy difícil. Aún así, la tarea me absorbió plenamente. La computación, la programación y el problema en sí me absorbieron por completo. Me quedaba días y días despierto hasta las 4 de la mañana, sin pensar en otra cosa. Más adelante, cuando leí sobre la vida de los “hackers” en el M.I.T. pude comprender plenamente el carácter atrapante de la computación, y el compromiso total que obtiene de sus adictos.
Saltando en la oscuridad
Construí tres prototipos. El primero, con un resorte grande unido a la zapatilla con alambre. No llegué a correr con ellos, porque al pararme sobre ellos decidí iban a ser la mejor manera de romperme un tobillo.
El segundo prototipo tenía dos tablas, y cinco varillas que permitían la compresión, pero no la torción ni el desplazamiento. Me fuí una noche al parque Centenario a probarlos. Las parejas y algún paseador de perro me miraban con asombro. Uno me preguntó: – Si eso funciona, cómo vas a frenar?
– Con los dientes, le contesté.
¿Porqué hay gente que siempre ve las cosas negativas?
El sistema resultó muy pesado y rígido. Afiné más aún el cálculo, y ya con mejor dominio del BASIC de la Sinclair, diseñé resortes cónicos. Esperaba con eso conseguir mejor adaptación al piso en la etapa de aproximación, y más fuerza en la etapa de despegue.
El resultado fue algo que me permitía correr, pero sin ventajas apreciables sobre un calzado común. Lo que no pude resolver era un fenómeno llamado pandeo, o flexión lateral del resorte. Mi conclusión fue que necesitaba un diseño que pudiera poner el pandeo (doblado) al servicio del avance, en lugar de anularlo o ignorarlo.
La venta del proyecto
Estaba tan entusiasmado con mi proyecto que descuidé mis otras actividades. Yo era era becario del CONICET, investigando en el tema Virus Humanos. Con cierta ingenuidad, le planteé a mi jefa cual era mi situación: necesitaba unos meses de licencia para implementar mi invento. Apelé a mi condición de investigador y al aprendizaje que estaba realizando en el tema “Simulación en Computadora de Modelos Biológicos” para justificar mi empeño.
La jefa tuvo dos observaciones al respecto: – que darle problemas a la computadora para no hacer los experimentos, no era Tecnología sino Vagancia. – que si volvía a mencionarle el tema “Zapatillas con Resortes”, me iba a arrojar desde la ventana del piso 14 de la Facultad de Medicina para ver si rebotaba.
Hice varios intentos por conseguir un socio. Fui a Adidas y al Centro Nacional de Educación Física, con poco éxito. El único que mostró algún interés fue un miembro de la Sociedad Argentina de Bioingeniería. En su carácter de médico traumatólogo, estaba interesado en los aspectos teóricos del problema, y seguramente en atender a los lesionados como consecuencia del invento.
En 1985 me fui a trabajar a una universidad de Nueva York. Iba para investigar el apasionante tema de la infección de los ratones pardos con el virus de la Coriomeningitis Linfocitaria. Pero reconozco no haber puesto mucho énfasis en ello, y sí en mi pasión creciente por la computación, los inventos y los emprendimientos.
Me enteré que en la Universidad había una Incubadora de Empresas, y allí me fui con mis resortes.
Entré sin pedir cita y un morocho muy bien trajeado se dispuso a escucharme. Eso sólo ya me pareció fabuloso, y así se lo dije. (pronto vamos a poner un artículo sobre las Incubadoras de Empresas). De entrada abrí el paraguas: – Me imagino que acá deben venir toda clase de tipos locos y extraños. El empleado se rió, asintiendo con la cabeza: – Así como dices, y aún peor. Luego escuchó la historia de los resortes. Yo no sé si el hombre incubaba muchos proyectos, pero que se divertía, seguro.
Finalmente me dijo que ellos no tenían dinero para desarrollos, sinó para productos semiterminados. Tenía que presentar un pedido de subsidio para investigación.
Concretamente, me sugirió que le presentara el proyecto al Ejército, dado que podría servir para que los soldados se desplazaran más rápido en el campo de batalla.
Por algún motivo, la perspectiva de un batallón de fieros Marines norteamericanos saltando por los campos con mis resortes en los pies, me puso un tanto incómodo. Después me enteré que el U.S. Army financia un montón de proyectos absurdos como ése.
A esa altura, ya no le mencionaba a mi familia ni amigos los avances de mi proyecto. Pero le comenté a mi esposa la posibilidad de equipar el ejército americano, y me dijo:
– Si te dicen que no, no te sirve. Y si te dicen que sí, tampoco te sirve.
Con otras preocupaciones que tuve por entonces, tales como la de conseguir un nuevo trabajo y más tarde, la de gestionar un divorcio, abandoné el proyecto.
Un par de años después ví anunciadas un par de zapatillas con resorte (ver foto), por 130$. Y hace poco, ví otra variante en una juguetería de Buenos Aires. Se llaman Moon Shoes, y tiene un diseño diferente a los anteriores: el pie se apoya en una plataforma sujeta a un anillo merced a varios resortes de estiramiento. Es probable que todavía estén, y que el inventor se haya hecho rico.
Estos son los errores que creo haber cometido en ese emprendimiento:
– Pensar en el producto y no en el mercado. – Pretender hacerlo solo. – Desviar el interés original (diseñar las zapatillas) en pos de uno secundario (aprender a programar). –
Emprender una tarea para la cual yo no tenía ninguna ventaja competitiva. Ni era yo ingeniero, ni tenía capital, ni tenía capacidad empresarial. – Mi producto tenía tres usos posibles: medio de trasporte, elemento de ejercicio, juguete. No tenía un nicho de mercado definido. – Me faltó la autoconfianza y la tenacidad del Emprendedor.
No pienso insistir con el tema de los resortes, ni embarcar a nadie en ello. Pero me sigue pareciendo una buena idea…
Un conocido mío es biólogo, y a los 44 años arrastra una larga historia de fracasos. Le encantan los animales y las plantas silvestres, y siempre trató de buscarles alguna veta comercial.
La curtiembre.
Su primer intento fue una curtiembre. La instaló en un pueblo de Santiago del Estero, donde no hay ni alimañas. Pidió prestado el lugar a un pariente, hizo un fulón en forma casera, y se puso a experimentar. Un día me comentó que estaba trabajando en un sistema de tubos de aire caliente, que irían enterrados en un área silvestre. – Y con eso? – Cuando los bichos sientan el calor, salen a la superficie y yo los cazo. Voy a obtener un montón de cueros.
No sé si lo implementó, pero seguro fue un fracaso. El costo era alto, la recompensa pobre, y el lugar poco propicio. Además, no hay un mercado establecido para pieles de culebras o lagartijas.
Los cardos
Años después me lo encontré en la calle y me contó:
– Estoy produciendo silimarina. Es un producto farmacéutico protector del hígado. Se obtiene de la semilla del cardo.
– Tenés quien te lo compre?
– Sí, un laboratorio en Alemania.
Le contesté que la silimarina estaba cayendo en desuso (yo en ese entonces era asesor de la industria farmacéutica), pero no me escuchó.
– Y de donde sacás la materia prima?
– Eso es un problema. Al principio fui al campo a buscar cardos, pero descubrí una cosa.
– Qué?
– Qué los cardos crecen donde uno no los necesita, pero cuando los busca no los encuentra…
– Caramba. Y entonces?
– Voy a sembrar.
– Ajá.
Tiempo después me lo volví a encontrar y le pregunté como le iba con los cardos.
– Descubrí otra cosa.
– Qué?
– Qué las condiciones de cultivo de los cardos son aleatorias y variables.
– Es decir?
– Qué cuando querés sembrarlos no crecen.
Conclusión
El cardo, a través de los “panaderos”, disemina muy eficientemente sus semillas para encontrar las condiciones apropiadas de crecimiento.
El hecho de que los cardos crezcan aquí y allá no quiere decir que sea factible recolectarlos a escala industrial, y tampoco que sea fácil reproducir los múltiples factores que necesitan para crecer.
Los errores empresariales de mi amigo fueron:
– Déficit en la etapa de búsqueda de información.
– Creer en la metodología para obtención del producto (“ver qué hay disponible”) más que en el producto.
– En segunda instancia, creer más en el producto que en el mercado.
– Incapacidad para reconocer los errores y dar marcha atrás.
Los biólogos son una profesión con alto desempleo en la Argentina, y la Facultad se caracteriza por una formación de alto nivel académico y ningún perfil comercial. Este es tan sólo un ejemplo.